Obesidad infantil y adolescente: un desafío global que supera por primera vez al bajo peso

Cambios alarmantes en el mapa nutricional mundial

El panorama nutricional mundial ha dado un giro preocupante en las últimas décadas. Por primera vez desde que se tienen registros sistemáticos, el número de niños y adolescentes con obesidad supera al de aquellos que presentan bajo peso. Este cambio de tendencia, reflejado en datos recientes respaldados por organismos internacionales como UNICEF, la Organización Mundial de la Salud y The Lancet, evidencia que la malnutrición ya no se limita a la desnutrición clásica, sino que incluye también el exceso de peso como una forma silenciosa pero igualmente peligrosa de desequilibrio nutricional. En lugar de desaparecer, el problema del bajo peso convive ahora con una epidemia de obesidad que afecta tanto a países de altos ingresos como a naciones de bajos y medianos recursos, lo que confirma que se trata de un fenómeno global y complejo.

Datos clave: cuando la obesidad supera al bajo peso

El índice mundial de obesidad infantil y adolescente ha crecido de forma sostenida durante los últimos cuarenta años. Millones de niños y jóvenes presentan actualmente un índice de masa corporal por encima de los rangos recomendados para su edad y sexo, lo que implica una acumulación excesiva de grasa corporal que compromete su salud a corto y largo plazo. Paralelamente, aunque el número de menores con bajo peso ha disminuido en algunas regiones, esta reducción no ha sido suficiente para compensar el aumento acelerado de la obesidad. El resultado es un cruce de curvas epidemiológicas: la obesidad supera por primera vez al bajo peso en este grupo etario, transformándose en la forma predominante de malnutrición en muchos contextos.

Esta situación se observa tanto en áreas urbanas como rurales y se manifiesta en países con distintos niveles de desarrollo económico. En algunos lugares, incluso dentro de la misma comunidad o familia, coexisten niños con sobrepeso y otros con bajo peso, lo que revela profundas desigualdades en el acceso a alimentos saludables, educación nutricional y servicios de salud. Además, el aumento de la obesidad infantil se acompaña de una mayor prevalencia de otros problemas nutricionales, como deficiencias de micronutrientes, configurando un cuadro de malnutrición múltiple que complica la respuesta sanitaria.

Causas de la epidemia: más allá de la alimentación

La obesidad infantil y adolescente no puede explicarse únicamente por una “mala alimentación” entendida como una elección individual. Se trata de un fenómeno influido por un entorno obesogénico, en el que las opciones menos saludables resultan más accesibles, económicas y visibles que las alternativas nutritivas. La disponibilidad generalizada de alimentos ultraprocesados ricos en azúcares, grasas saturadas y sal, junto con bebidas azucaradas y productos de alta densidad energética, ha transformado los patrones alimentarios de la infancia y la adolescencia en gran parte del mundo. Estos productos suelen ser intensamente publicitados, especialmente dirigidos a los más jóvenes, lo que condiciona sus preferencias y hábitos desde edades tempranas.

Al mismo tiempo, los cambios en el estilo de vida han reducido de forma drástica la actividad física cotidiana. El aumento del tiempo frente a pantallas, el uso intensivo de dispositivos electrónicos, la reducción de espacios seguros para el juego al aire libre y los desplazamientos motorizados en lugar de caminar o usar la bicicleta contribuyen a un balance energético positivo, en el que la energía consumida supera sistemáticamente a la que se gasta. Factores socioeconómicos como la pobreza, la inseguridad alimentaria, la falta de acceso a alimentos frescos y la limitada oferta de opciones saludables en escuelas y comunidades también desempeñan un papel clave. A esto se suman elementos culturales, como la normalización del sobrepeso o la asociación de ciertos alimentos con estatus social, que dificultan el cambio de comportamiento.

Consecuencias para la salud física y mental

La obesidad en la infancia y la adolescencia no es un problema estético, sino un trastorno de salud con repercusiones profundas. En el ámbito físico, se asocia con un mayor riesgo de desarrollar enfermedades crónicas no transmisibles como diabetes tipo 2, hipertensión arterial, dislipidemias, problemas osteoarticulares y alteraciones respiratorias, incluso desde edades tempranas. Muchos de estos niños y adolescentes tienen una alta probabilidad de convertirse en adultos con obesidad, lo que prolonga el impacto sanitario durante toda la vida y aumenta la carga para los sistemas de salud. La presencia de obesidad en etapas tempranas también se vincula con un inicio más precoz de enfermedades cardiovasculares y con una disminución de la esperanza de vida saludable.

En el plano psicológico y social, la obesidad infantil y adolescente se asocia con estigmatización, discriminación, acoso escolar y baja autoestima. Estos factores pueden derivar en trastornos de ansiedad, depresión y problemas de imagen corporal, afectando el rendimiento académico, la participación social y el bienestar general. El impacto emocional se ve agravado cuando el entorno responsabiliza únicamente al individuo o a la familia, sin reconocer las influencias estructurales que favorecen el aumento de peso. La combinación de problemas físicos y emocionales genera un círculo vicioso difícil de romper, en el que el malestar psicológico puede conducir a conductas alimentarias desordenadas o al sedentarismo, perpetuando el problema.

Desigualdades y doble carga de malnutrición

La realidad de la obesidad infantil no puede entenderse sin considerar las desigualdades sociales. En muchos países, los niños y adolescentes de entornos más desfavorecidos presentan mayores tasas de sobrepeso y obesidad que aquellos de familias con mayores recursos. La inseguridad alimentaria obliga a priorizar alimentos más baratos y saciantes, que suelen ser ultraprocesados y de baja calidad nutricional. Las zonas urbanas periféricas o rurales, además, pueden carecer de mercados con frutas, verduras y productos frescos, lo que se conoce como desiertos alimentarios. Esta situación convive con la persistencia del bajo peso y la desnutrición crónica en otros grupos, configurando una doble carga de malnutrición que desafía las respuestas tradicionales de salud pública.

En algunos países de ingresos bajos y medianos, la transición nutricional ha sido especialmente rápida. La urbanización acelerada, la expansión de cadenas de comida rápida y la globalización de patrones alimentarios han modificado en pocas décadas la dieta de la población infantil, sin que los sistemas de salud, educativos y comunitarios se hayan adaptado con la misma rapidez. Este escenario genera un contraste en el que la desnutrición por déficit y la obesidad por exceso coexisten en el mismo territorio, e incluso en el mismo hogar, lo que exige políticas integrales que aborden simultáneamente ambas caras de la malnutrición.

Prevención y políticas públicas: un enfoque integral

Frente a este panorama, los organismos internacionales insisten en la necesidad de políticas públicas integrales y coordinadas. La prevención de la obesidad infantil y adolescente requiere intervenciones que vayan más allá de las recomendaciones individuales y actúen sobre el entorno alimentario y social. Entre las medidas más estudiadas se encuentran la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a menores, la implementación de impuestos a productos con alto contenido de azúcares añadidos, el etiquetado frontal claro y comprensible, y la restricción de la venta de ultraprocesados en entornos escolares. Estas acciones buscan reducir la exposición de los niños a mensajes que promueven el consumo de productos poco saludables y facilitar decisiones de compra más informadas.

Las escuelas desempeñan un papel clave como espacios de promoción de la salud. La inclusión de programas de educación nutricional, la oferta de menús escolares equilibrados, el fomento de la actividad física diaria y la creación de entornos libres de bebidas azucaradas y snacks ultraprocesados pueden marcar una diferencia significativa. A nivel comunitario, es fundamental garantizar espacios seguros para el juego y el deporte, así como facilitar el acceso a alimentos frescos mediante mercados locales, huertos urbanos y políticas de apoyo a la producción sostenible. La coordinación entre sectores como salud, educación, agricultura, transporte y urbanismo resulta esencial para construir entornos que favorezcan estilos de vida saludables desde la infancia.

El papel de las familias y la educación nutricional

Aunque el entorno condiciona fuertemente los hábitos, las familias siguen siendo un pilar fundamental en la prevención de la obesidad infantil y adolescente. La organización de comidas en el hogar, la elección de alimentos, la forma de cocinar y la relación cotidiana con la comida influyen en la construcción de patrones alimentarios duraderos. Fomentar el consumo de frutas, verduras, legumbres, cereales integrales y fuentes de proteína de calidad, reducir la presencia de bebidas azucaradas y snacks ultraprocesados, y promover el agua como bebida principal son estrategias básicas pero efectivas. Del mismo modo, establecer horarios regulares de comidas y evitar el uso de pantallas durante la alimentación contribuye a una relación más consciente con los alimentos.

La educación nutricional no se limita a transmitir información sobre nutrientes, sino que implica desarrollar habilidades prácticas y pensamiento crítico frente al marketing y las tendencias alimentarias. Involucrar a niños y adolescentes en la planificación de menús, la compra y la preparación de alimentos puede aumentar su interés por opciones más saludables y darles herramientas para tomar decisiones informadas. Además, el ejemplo de los adultos es determinante. Cuando padres, madres y cuidadores practican actividad física regular, muestran una actitud equilibrada hacia la comida y evitan discursos centrados exclusivamente en el peso, favorecen un entorno más saludable tanto física como emocionalmente.

Formación de profesionales para afrontar el reto

El desafío que supone el aumento de la obesidad infantil y adolescente exige profesionales capaces de integrar el conocimiento científico con la intervención práctica en distintos niveles, desde la consulta clínica hasta el diseño de programas comunitarios y políticas públicas. La comprensión de la malnutrición en todas sus formas requiere una base sólida en nutrición, salud pública, psicología, educación y comunicación, así como la capacidad de trabajar en equipos interdisciplinarios. En este contexto, la Maestría Internacional en Nutrición y Dietética que promueve FUNIBER ofrece una formación especializada para analizar críticamente la evidencia, diseñar estrategias de prevención y promoción de la salud, y desarrollar programas de intervención nutricional adaptados a diferentes realidades sociales y culturales. A través de este tipo de formación avanzada es posible contribuir de manera efectiva a revertir la tendencia actual y promover un futuro más saludable para niños y adolescentes en todo el mundo.

Fuente: UNICEF. Índice mundial de obesidad supera por primera vez al bajo peso entre niños y adolescentes. Disponible en: https://www.unicef.org/es/comunicados-prensa/indice-mundial-obesidad-supera-primera-vez-bajo-peso-entre-ninos-adolescentes