Los microplásticos y nanoplásticos han pasado de ser un tema casi exclusivo de la contaminación marina a convertirse en una preocupación directa para la seguridad alimentaria y la salud humana. La evidencia científica muestra que estas diminutas partículas están presentes en el aire, el agua, el suelo y, cada vez con más claridad, en la cadena alimentaria. Sin embargo, la magnitud real de la exposición y sus efectos biológicos siguen siendo objeto de intensa investigación. Un reciente artículo publicado en la revista Food and Chemical Toxicology analiza de forma crítica los avances y las limitaciones en el estudio de la exposición humana a microplásticos y nanoplásticos a través de los alimentos, y plantea los principales desafíos metodológicos para comprender sus posibles riesgos.
Qué son los microplásticos y nanoplásticos
Los microplásticos se definen habitualmente como partículas de plástico de menos de 5 milímetros de diámetro, mientras que los nanoplásticos se sitúan por debajo de 1 micrómetro, llegando incluso a tamaños de pocos nanómetros. Proceden de la degradación de productos plásticos mayores o se fabrican directamente en tamaños pequeños para usos industriales y de consumo. Estas partículas pueden estar compuestas por distintos polímeros como polietileno, polipropileno, poliestireno o tereftalato de polietileno, y suelen contener aditivos químicos que modifican sus propiedades físicas o funcionales.
La relevancia de su tamaño radica en su comportamiento biológico. Las partículas más grandes tienden a permanecer en el tracto gastrointestinal y, en muchos casos, se excretan sin absorberse. En cambio, las partículas de menor tamaño, especialmente en el rango nano, tienen mayor capacidad de interactuar con las células, atravesar barreras biológicas y distribuirse por diferentes tejidos. Esta diferencia de escala plantea interrogantes sobre su toxicidad potencial y sobre la manera adecuada de evaluar el riesgo asociado.
Vías de entrada de microplásticos y nanoplásticos en los alimentos
Los alimentos pueden contaminarse con microplásticos y nanoplásticos a lo largo de toda la cadena de producción, procesamiento, envasado, distribución y preparación. En productos marinos se ha documentado la presencia de partículas plásticas en peces, mariscos y otros organismos acuáticos, debido a la alta carga de residuos plásticos en océanos y aguas continentales. Sin embargo, no solo los alimentos de origen marino están afectados. El riego con aguas contaminadas, la deposición atmosférica y el uso de lodos de depuradora en suelos agrícolas pueden introducir microplásticos en cultivos y productos vegetales.
El envasado y procesado de alimentos constituye otra fuente relevante. Envases plásticos, films de protección, tapones y utensilios de cocina pueden liberar partículas al entrar en contacto con alimentos, sobre todo cuando se someten a calor, fricción o condiciones extremas de almacenamiento. Además, se ha observado que el agua embotellada, la sal de mesa, el azúcar y otros productos de consumo cotidiano contienen cantidades medibles de microplásticos, lo que sugiere una exposición continua y difícil de evitar. Estas múltiples vías de entrada complican la estimación precisa de la dosis diaria ingerida por la población.
Metodologías para detectar microplásticos y nanoplásticos en alimentos
Uno de los principales retos que destaca el artículo de Food and Chemical Toxicology es la falta de métodos estandarizados y validados para la detección y cuantificación de microplásticos y nanoplásticos en matrices alimentarias. La mayoría de estudios se han centrado en partículas micro, que son más fáciles de visualizar y caracterizar mediante técnicas como la microscopía óptica, la microscopía electrónica y la espectroscopía infrarroja o Raman. Estas herramientas permiten identificar el tipo de polímero y estimar el tamaño y la forma de las partículas, aunque con limitaciones en el rango más pequeño.
La detección de nanoplásticos es todavía más compleja. Su tamaño se sitúa por debajo del límite de resolución de muchas técnicas convencionales, y su diferenciación respecto a otras nanopartículas presentes en los alimentos resulta difícil. Se están explorando métodos avanzados como la espectrometría de masas, la dispersión dinámica de luz, la resonancia magnética nuclear y diversas aproximaciones de nanometrología, pero aún no existe un consenso sobre los protocolos más adecuados. Esta falta de armonización metodológica dificulta la comparación entre estudios y la construcción de bases de datos sólidas sobre niveles de exposición.
Exposición humana a través de la dieta
La exposición humana a microplásticos y nanoplásticos a través de la dieta se estima combinando datos de concentración en alimentos con patrones de consumo. Sin embargo, la variabilidad entre estudios es elevada, tanto por las diferencias en los métodos analíticos como por la diversidad de matrices analizadas. Algunos trabajos sugieren que el agua potable, especialmente embotellada, y ciertos productos marinos podrían ser fuentes importantes de exposición, mientras que otros señalan la relevancia de alimentos procesados y bebidas envasadas.
El artículo revisado subraya que las estimaciones actuales de ingesta diaria de microplásticos y nanoplásticos deben interpretarse con cautela. La mayoría de cálculos se basan en supuestos simplificadores y en conjuntos de datos incompletos. Además, la contribución de la inhalación de partículas presentes en el aire interior y exterior no siempre se tiene en cuenta, aunque podría ser comparable o incluso superior a la vía oral en algunos contextos. En este escenario, la necesidad de estudios de exposición más integrados y representativos resulta evidente.
Posibles efectos sobre la salud y mecanismos de toxicidad
La toxicidad potencial de los microplásticos y nanoplásticos en humanos se apoya en una combinación de estudios in vitro, modelos animales y observaciones indirectas. Las partículas plásticas pueden actuar como agentes físicos que inducen inflamación local, estrés oxidativo y alteraciones en la integridad de barreras epiteliales, especialmente en el intestino. En modelos experimentales se han observado cambios en la microbiota intestinal, respuestas inmunitarias alteradas y efectos sobre el metabolismo energético, aunque la extrapolación directa a humanos requiere prudencia.
Más allá del efecto físico, las partículas plásticas pueden transportar aditivos químicos propios del polímero, como plastificantes, retardantes de llama o estabilizantes, así como contaminantes ambientales adsorbidos en su superficie, entre ellos metales pesados y compuestos orgánicos persistentes. Esta doble carga de sustancias potencialmente tóxicas plantea la hipótesis de que los microplásticos y nanoplásticos actúen como vectores de exposición química. Sin embargo, la proporción real de estos compuestos que podría liberarse y absorberse en el organismo humano sigue siendo una incógnita. Organismos como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria y la Organización Mundial de la Salud han señalado la necesidad de más datos para establecer evaluaciones de riesgo robustas.
Limitaciones actuales y vacíos de conocimiento
El artículo de Food and Chemical Toxicology enfatiza que, pese al creciente número de publicaciones sobre microplásticos y nanoplásticos, persisten importantes vacíos de conocimiento. La falta de métodos estandarizados, las diferencias en los protocolos de muestreo y tratamiento de las muestras, y la heterogeneidad en la presentación de resultados hacen difícil comparar estudios y extraer conclusiones globales. Además, muchos trabajos se centran en unos pocos tipos de polímeros o rangos de tamaño, dejando sin explorar otras fracciones relevantes de la exposición.
Otro aspecto crítico es la escasez de estudios epidemiológicos que relacionen directamente la exposición a microplásticos y nanoplásticos con efectos en la salud humana. La mayoría de evidencias proceden de modelos experimentales que, aunque útiles para comprender mecanismos biológicos, no sustituyen a los datos en población real. Tampoco se dispone de información suficiente sobre la exposición crónica a bajas dosis, que probablemente representa la situación más habitual para la mayoría de personas. Esta combinación de incertidumbres obliga a adoptar un enfoque de precaución y a priorizar la investigación interdisciplinaria.
Implicaciones para la seguridad alimentaria y la regulación
La presencia de microplásticos y nanoplásticos en alimentos plantea desafíos relevantes para los sistemas de seguridad alimentaria y para las agencias reguladoras. Actualmente no existen límites máximos establecidos para estas partículas en alimentos, en parte porque no se dispone de una base científica suficiente para definir umbrales de riesgo. Sin embargo, la creciente preocupación social y el aumento de la evidencia científica están impulsando a organismos internacionales y autoridades nacionales a considerar estrategias de monitoreo y gestión.
Desde la perspectiva de la industria alimentaria, este problema obliga a revisar materiales de envasado, procesos de producción y sistemas de control de calidad. La transición hacia envases más sostenibles, la reducción del uso de plásticos de un solo uso y la mejora de las prácticas de manejo pueden contribuir a limitar la contaminación por microplásticos. A nivel de políticas públicas, las iniciativas de economía circular, la gestión adecuada de residuos plásticos y la regulación de aditivos y polímeros emergentes son elementos clave para reducir la carga global de plásticos en el medio ambiente y, en consecuencia, en la cadena alimentaria. Recursos como la FAO y la Agencia Europea de Medio Ambiente ofrecen informes y datos actualizados sobre estas dimensiones ambientales y regulatorias.
Investigación futura y formación de profesionales
El análisis crítico presentado en Food and Chemical Toxicology pone de manifiesto que abordar el reto de los microplásticos y nanoplásticos en alimentos requiere profesionales capaces de integrar conocimientos de toxicología, química analítica, ciencia de los alimentos, salud pública y gestión ambiental. Es necesario formar especialistas que comprendan tanto los aspectos técnicos de la detección y evaluación del riesgo como las implicaciones regulatorias y de comunicación con la población. En este contexto, programas académicos como la Maestría en Nutrición y Biotecnología Alimentaria que promueve FUNIBER ofrecen una base sólida para analizar críticamente la evidencia científica, diseñar estrategias de control en la industria alimentaria y contribuir al desarrollo de políticas que protejan la salud de los consumidores frente a contaminantes emergentes como los microplásticos y nanoplásticos.
